Estudio en Escarlata (fragmento)
El éxito que tuvo Sherlock Holmes para descifrar el misterio del asesinato que se narra en esta novela, fue, porque él era metódico, perseverante, paciente, analítico (profundamente), hacía razonamientos, inferencias y deducciones bien delimitadas y relacionando cada detalle para tener un escenario completo sin perder un detalle para llegar así a las conclusiones mas exactas que cualquier otro detective contemporáneo pudiera hacerlo.
Caso contrario, los detectives de Scotland Yard, se fijaban en detalles aislados y hacían deducciones e inferencias sobre una sola sospecha y declaraban veredictos prematuros sin ninguna base sólida, afanados en ser los primeros en descubrir el misterio; no veían la escena completa como Holmes y mucho menos sabían hacer el razonamiento inverso, cosa que Holmes lo dominaba a la perfección.
A continuación se narran los pasos que siguió Holmes para llegar a la conclusión perfecta para descubrir al asesino.
[Sic]
"Empecemos por el principio. Llegué a la casa, como usted sabe, a pie y con el cerebro libre de toda clase
de impresiones. Empecé, como es natural, por examinar la carretera, y descubrí, según se lo tengo
explicado ya, las huellas claras de un carruaje, y este carruaje, como lo deduje de mis investigaciones,
había estado allí en el transcurso de la noche. Por lo estrecho de la marca de las ruedas me convencí de
que no se trataba de un carruaje particular, sino de uno de alquiler. El coche Hansom de cuatro ruedas que
llaman Growler es mucho más estrecho que el particular llamado Brougham. Fue ése el primer punto que
anoté. Avancé luego despacio por el sendero del jardín, y dio la casualidad de que se trataba de un suelo
de ardua, extraordinariamente apto para que se graben en el mismo huellas. A usted le parecerá, sin duda,
una simple franja de barro pisoteado, pero todas las huellas que había en su superficie encerraban un
sentido para mis ojos entrenados. En la ciencia detectivesca no existe una rama tan importante y tan
olvidada como el arte de reconstruir el significado de las huellas de pies. Descubrí las fuertes pisadas de
los guardias, pero vi también la pista de dos hombres que habían pisado primero el jardín. Era cosa fácil
afirmar que habían pasado antes que los otros, porque en algunos sitios sus huellas habían quedado
borradas del todo al pisar los segundos encima mismo. Es como fabriqué mi segundo eslabón, que me
informó de que los visitantes nocturnos habían sido dos, uno de ellos notable por su estatura (lo que
calculé por la longitud de su zancada) y el otro elegantemente vestido, a juzgar por la huella pequeña y
elegante que dejaron sus botas.
Esta última deducción quedó confirmada al entrar en la casa. Allí tenía delante de mí al hombre bien
calzado. Por consiguiente, si había existido asesinato, éste había sido cometido por el individuo alto. El
muerto no tenía en su cuerpo herida alguna, pero la expresión agitada de su rostro me proporcionó la
certeza de que él había visto lo que le venía encima. Las personas que fallecen de una enfermedad
cardíaca, o por cualquier causa natural repentina, jamás tienen en sus facciones señal alguna de emoción.
Cuando olisqué los labios del muerto pude percibir un leve olorcillo agrio, y llegué a la conclusión de que
se le había obligado a ingerir un veneno. Deduje también que le habían obligado a tomarlo por la
expresión de odio y de temor que tenía su rostro. Había llegado a este resultado por el método de la
exclusión, porque ninguna otra hipótesis se ajustaba a los hechos. No vaya usted a imaginarse que se trata
de una idea inaudita. No es, en modo alguno, cosa nueva, en los anales del crimen, el obligarle a la
víctima a ingerir el veneno. Cualquier toxicólogo recordará en seguida los casos de Dolsky, en Odesa, y
de Leturier, en Montpellier.
A continuación se me presentó el gran interrogante del móvil. Éste no había sido el robo, puesto que no le
habían despojado de nada. ¿Se trataría, pues, de política o mediaba una mujer? Tal era el problema con
que me enfrentaba. Desde el primer instante me sentí inclinado a esta última suposición. Los asesinos
políticos tienen por costumbre darse a la fuga en cuanto han realizado su cometido. Este asesinato, por el
contrario, había sido llevado a cabo de un modo muy pausado, y quien lo perpetró había dejado huellas
suyas por toda la habitación, mostrando con ello que había estado presente desde el principio hasta el fin.
Ofensa que exigía un castigo tan metódico era, por fuerza, de tipo privado, y no político. Al descubrirse
en la pared aquella inscripción, me incliné más que nunca a mi punto de vista. Estaba demasiado claro
que aquello era una aliagaza.
Pero la cuestión quedó zanjada al encontrarse el anillo. Sin duda alguna, el asesino se sirvió del mismo
para obligar a su víctima a hacer memoria de alguna mujer muerta o ausente. Al llegar a este punto fue
cuando pregunté a Gregson si en su telegrama a Cleveland había indagado acerca de algún punto concreto
de la vida anterior del señor Drebber. Usted recordará que me contestó negativamente. Procedí a
continuación a escudriñar con mucho cuidado la habitación, y el resultado me confirmó en mis opiniones
respecto a la estatura del asesino, y me proporcionó los detalles adicionales referentes al cigarro de
Trichinopoly y a la largura de las uñas. Al no ver señales de lucha, llegué, desde luego, a la conclusión de
que la sangre que manchaba el suelo había brotado de la nariz del asesino, debido a su emoción. Pude
comprobar que la huella de la sangre coincidía con la de sus pisadas. Es cosa rara que una persona, como
no sea de temperamento sanguíneo, sufra ese estallido de sangre por efecto de la emoción, y por ello
aventuré la opinión de que el criminal era, probablemente, hombre robusto y de cara rubicunda. Los
hechos han demostrado que mi juicio era correcto.
Cuando salimos de la casa procedí a realizar lo que Gregson había olvidado. Telegrafié a la Jefatura de
Policía de Cleveland, circunscribiendo mi pregunta a lo relativo al matrimonio de Enoch Drebber. La
contestación fue terminante. Me informaba de que ya con anterioridad había acudido Drebber a solicitar
la protección de la ley contra un antiguo rival amoroso, llamado Jefferson Hope, y que este Hope se
encontraba en Europa. Sabía, pues, que ya tenía en mis manos la clave del misterio, y sólo me quedaba
atrapar al asesino. En ese momento había yo llegado mentalmente a la conclusión de que el hombre que
había entrado en la casa con Drebber no era otro que el mismo cochero del carruaje. Las marcas que
descubrí en la carretera me demostraron que el caballo se había movido de un lado a otro de una manera
que no lo habría hecho de haber estado alguien cuidándolo. ¿Dónde, pues, podía estar el cochero, como
no fuese dentro de la casa? Además, es absurdo suponer que ninguna persona que se encuentre en su sano
juicio cometa un crimen premeditado a la vista misma, como si dijéramos, de una tercera persona que
sabe que lo delatará. Y, por último, si alguien quiere seguirle los pasos a otra persona en sus andanzas por
Londres, ¿qué mejor medio puede adoptar que el de hacerse conductor de un coche público?
Todas estas consideraciones me llevaron a la conclusión de que a Jefferson Hope habría de encontrarlo
entre los aurigas de la metrópoli. Si él había trabajado de cochero, no había razón de suponer que hubiese
dejado ya de serlo. Todo lo contrario: desde el punto de vista suyo, cualquier cambio repentino podría
atraer la atención hacia su persona. Lo probable era que, por algún tiempo al menos, siguiese
desempeñando sus tareas. Tampoco había razón para suponer que. actuase con un nombre falso. ¿Para
qué iba a cambiar el suyo en un país en el que éste no era conocido por nadie? Por eso organicé mi cuerpo
de detectives vagabundos, y los hice presentarse de una manera sistemática a todos los propietarios de
coches de alquiler de Londres, hasta que huronearon dónde estaba el hombre tras del que andaba yo. Aún
está fresco en la memoria de usted el recuerdo del éxito que obtuvieron y de lo rápidamente que yo me
aproveché del mismo. El asesinato de Stangerson fue un episodio completamente inesperado, pero que en
cualquier caso habría resultado difícil de evitar. Gracias al mismo, como usted ya sabe, entré en posesión
de las píldoras, cuya existencia había conjeturado. Como usted ve, el todo constituye una cadena de
ilaciones lógicas sin una ruptura ni una grieta."
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